Dìa de los Santos en Santa Ana Huista, Huehuetenango 8
Autor Invitado: Elder Exvedi Morales Mèrida.
A mediados de octubre, cuando el viento es propicio, es habitual ver a los niños volando barriletes en algunas calles de este poblado huehueteco que queda a 100 kilómetros de la cabecera departamental y a 355 kilómetros de la capital.
Sin embargo, muchos ignoran su origen.
“Se vuelan barriletes en el cementerio -afirma don Filomeno Hernández- , pues se cree que éste porta mensajes que llegan a los dioses, según la creencia de los indígenas, y los ladinos dicen que no a los dioses sino a Dios. Es importante señalar que los barriletes son el medio en el cual las almas bajan a nuestro mundo. Esto nos enseñaron nuestros tatas”.
El exalcalde Austreberto González Morales opina: “Los días 1 y 2 de noviembre cada familia trae al cementerio su propio barrilete y lo hace volar. Es muy alegre. Es esa la forma de llamar a los finaditos, quienes según el color identifican a sus parientes y logran unirse a éstos gracias al hilo que sirve como conductor”.
Y agrega el señor González: “Cuando el ritual termina, los barriletes son quemados para que los muertos regresen tranquilos a su morada. Esto de la quema se hace en donde está la cruz grande, en el mero centro del camposanto. Se cree que si los barriletes no se queman, las almas ignoran que ha llegado la hora de partir, y se quedarán en la tierra fastidiando a todo mundo. No es cosa sencilla”.
–Eso es cierto muchá-interviene tío Chema, y agrega-: en varios puntos de Guatemala, la cosmovisión prehispánica y la religión católica se entrelazan, como se observa en Santiago y Sumpango Sacatepéquez, donde se efectúan los famosos festivales de barriletes gigantes, que consisten en la exhibición de estos y en hacerlos volar. Los barriletes que se utilizan en la categoría de exhibición deben ser de entre 10 y 22 metros de diámetro, y los de vuelo, de tres a ocho metros de diámetro.
Según la tradición oral, los barriletes representan la unión del inframundo con el mundo de acuerdo con los criterios cosmogónicos de los indígenas. Es la vía de enlace entre los muertos (“los santos”) y los vivos.
El 1 de noviembre, el Dios –Mundo libera a las almas de los antepasados del inframundo y durante veinticuatro horas los espíritus tienen la libertad de visitar los lugares en que vivieron y sobre todo, a sus descendientes. Los vivos, por su parte, tienen que estar preparados para recibir a sus espíritus, porque si estos no encuentran buena acogida dentro de su familia, son capaces de infligir daños a las cosechas, causar enfermedades y atentar contra la existencia de los vivos.
El ritual para recibir a los muertos es riguroso: la familia se levanta muy temprano, a la salida del sol del 1 de noviembre, esparce flor de muerto en el umbral de la puerta de su casa y cuelga ramo de las mismas flores en los marcos de las ventanas y de cualquier abertura que tenga la vivienda. Todo esto sirve para guiar a los espíritus e indicarles que no se les ha olvidado y que son bienvenidos en sus viejas moradas.
El altar que se construye en la casa se adorna también con flores de muerto, además de la ofrenda a los antepasados como licor, pan, agua, frutas, café, pozol, pixques, atol de elote y candelas. Después de preparar la casa y el altar, toda la familia se dirige al cementerio para “adornar” o “vestir” las tumbas, generalmente pequeños túmulos de tierra calcinada por el sol. “Vestir” una tumba consiste en esparcir flor de muerto a todo lo ancho y largo, colocando coronas de ciprés en la cabecera”.
-¿Y cuál será el chiste de los barriletes pues?-interrogó uno de los tantos ahijados de tío Chema que pasó a saludar.
-Chiste no vos-respondió doña Elena, quien explicó: Existe una leyenda tradicional en donde se indica que hace muchos años en el camposanto de Sumpango, el día de los difuntos era invadido por espíritus malignos que llegaban a ocasionar molestias a las buenas viviendas de la población.
Según la leyenda los moradores de la época, dada la situación que prevalecía todos los años, decidieron consultar el fenómeno. La respuesta fue que el único medio para forzar la retirada de los espíritus del mal consistía en provocar que el viento chocara con pedazos de papel, cuyo sonido resultante, los alejaría en forma inmediata a los malos espíritus.