chirimìa.
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Iq’
En la espiral de tu nombre
me lleno de vida, fragancia y flor
es tu perfume, esencia, aroma del padre sol
son las violetas con sus siluetas
madre, chirimìa y tun
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EL SOMBRERON DE MONAJIL
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida
Esa clara mañana olía a perfume de chirimía sagrada.
Y en el horizonte, el sol con su baba de oro, besaba la faz del viento.
-Sos un totoreco.
-¿Por qué?
-Porque anoche te chiveaste.
-Tenés razón Lino.
-Te la van a quitar si seguís así.
-Que la trompa se te tuerza.
En ese preciso momento apareció ella con su viejo canasto.
Era sábado, día de plaza.
-Mirá, más chula amaneció hoy.
-Y arisca.
-Ya ni que fuera yegua.
Su cabello largo azabache parecía bandera luctuosa que el viento peinaba con sus finísimos dedos.
Ella lo fulminó con una mirada y él se sonrojó.
-Andá a acompañarla-, le aconsejó Lino.
-Me puede zarandear el papá.
El día transcurrió sereno y la noche cayó tímidamente.
Esa noche, mientras ella leía una de las tantas cartas que Chano Sincero le había enviado, unos acordes de guitarra aceleraron el palpitar de su corazón.
-Es Chano que me trajo serenata-, musitó excitada.
Cuando el serenatero comenzó a cantar, descubrió que no era Chano, por lo que no se atrevió a abrir la pequeña ventana que daba a la calle.
Sin embargo, el canto misterioso que jamás había escuchado, la emocionó.
-¿Cómo será mi nuevo enamorado?, reflexionó.
Su orgullo le sugirió no salir.
Había transcurrido un mes y ella ya estaba profundamente enamorada del extraño.
Esa noche, cuando la extraña presencia… atormentó a los perros, abrió la ventana cuando concluyó la dulce tonada. Cuando lo vio, soltó una carcajada al ver a aquél hombrecito vestido de negro. Sus pies calzaban botines de charol, los cuales lucían un par de espuelas de oro. Sobre su cabeza, un enorme sombrero de petate que le ocultaba la mitad del rostro. Y al hombro, una guitarra.
-Entrá por la ventana.
El pequeñísimo hombre obedeció.
Desde esa noche, el Sombrerón la visitaba, y antes de entrar por la ventana, le obsequiaba su canto de amor, y su alma inflamada de alegría.
Afuera, el viento parecía un enorme barrilete que se enredaba en la cabellera de los árboles.
Transcurrieron los años, y ella desapareció.
En vano la buscaron.
Unos afirmaban que el duende se la había llevado, otros, que se había marchado para Comalapa, Chiapas, México.