invàlido
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EL SANADOR
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
El templo oloroso a corozo e incienso estaba esa Semana Santa de 1911. Las campanas con su añejo tañer pregonaban el júbilo colectivo.
En el antiguo pueblo había alegría, aunque en el vecino país de México había surgido la Revolución, y según los rumores, podría afectar a Santa Ana Huista.
Jesús Nazareno lucía una nueva túnica, que según decían, era un presente de Pancho Villa. En el retablo del altar mayor afinaban los últimos detalles. Las campanas continuaban llamando a los feligreses, y su voz se derretía en las montañas que avasallan al pueblo encantador.
Los milagros de Jesús eran muchos, y por eso llegaban a adorarle de diferentes lugares, especialmente de México. Ese día, la gente parecía mar en el mar: A las nueve de la mañana, llevada en hombros por los humildes devotos, salió de la parroquia Jesús Nazareno.
La mirada del dulce hijo de Dios hacía que en las almas brotaran jardines pletóricos de cantos divinos. La gente se arrodillaba a su paso y derramaba sus lágrimas. Un inválido que pintaba canas ya, rogó con todo su corazón al sanador volviera a caminar y dejar para siempre sus incómodas muletas.
Cuando la procesión iba por la esquina de la Ronda, donde el inválido se hallaba en oración profunda, Jesús Nazareno lo vio fijamente. Le sonrió y le dijo: “Arroja tus muletas y camina”.
El inválido obedeció y radiante la gente lo vio caminar a la par de la imagen. De boca en boca se divulgó ese suceso.
Esto sucedió en el pueblo religioso y místico de Santa Ana Huista.