politiqueros.
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Dìa de los Santos en Santa Ana Huista, Huehuetenango 2
Autor Invitado: Elder Exvedi Morales Mèrida
Son las siete de la mañana del 1 de noviembre, y la fiesta florece, como pascua, como canción que retoña en los labios de la marimba milenaria.
Tío Chema, Juan de Dios, John, Juan Huista y Pedro Ixim están frente a un panteón sencillo, humilde y olvidado entre la maleza. Leen con suma curiosidad un epitafio escrito en un pedazo de madera:
“He aquí las cenizas de un apátrida, del extranjero en su propia tierra, escuchando la música más dulce del silencio. He aquí las cenizas de un errante, del forastero en su propia tierra, el que aprendió a reírse de él mismo, y de los demás”.
-Me gusta ese epitafio-, asevera Juan de Dios.
-Cada verso encierra verdades oceánicas-, responde tío Chema.
-¿Quién yace ahí, en esa humilde tumba?-, pregunta John.
Y tío Chema, con los ojos llenos de lágrimas y la voz llorosa, responde: Un poeta, un extranjero en su propia tierra, un hombre valiente que desnudaba verdades, que arrancaba máscaras de hipocresía y ponía el dedo en la llaga; un bardo valeroso que señalaba la podredumbre de la sociedad de doble moral y le escupía la cara a los religiosos que comercian con la fe. Un defecto de la sociedad, como decían casi todos, porque él no callaba ante las injusticias, porque decía lo que pensaba, lo que sufría, lo que le hacía feliz. Un gran hombre, con los huevos bien puestos, porque le decía sus verdades a los politiqueros que se cagan en la dignidad de la gente. Un poeta, amigo John, objeto de humillaciones, egoísmos y envidias. Un hombre que tuvo el privilegio de pararse frente a sí mismo con dignidad. Un trovador que tuvo el privilegio de charlar con Cristo. Un humilde poeta que murió a manos de su propio pueblo…como sucede casi siempre…
Y tío Chema ya no pudo continuar con la explicación, porque la garganta se le inundó de llanto y los ojos de mares…