tumba
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LA NIÑA DE AGUA ZARCA Y EL SOMBRERON
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
El amanecer cantaba dulcemente de alegría.
Tiritando de frío, caminaba de puntillas por las callejuelas silentes.
Los ranchitos parecían hongos negros y enanos.
En su mente, como jocoshes, los temores se amontonaban; y la densa melancolía que le arrancaba tristeza, corría por sus venas.
El recuerdo dormía cubierto con la chamarra de la eternidad. De pronto, de no sé de qué rincón, surgió…
El redoble de los cascos de un caballo azabache, llegaba a la aldea procedente del otro lado.* El ladrar de los perros se convirtió en llanto. El chaparro hombre, iba bien trajeado de negro, y luciendo un cincho de cuero de venado. Calzaba botas, desgastadas por los siglos; en las cuales, un par de espuelas de oro brillaban. Sobre su cabeza, un enorme sombrero de palma, que casi lo cubría por completo. Atravesó la calle principal y se detuvo bajo la monumental sombra de la añosa ceiba que se yergue en el centro. Apersogó su azabache. Tomó su minúscula guitarra, la afinó, y empezó a entonar su canción misteriosa, pero seductora:
Niña mía, de Agua Zarca,
te traigo mi dulce cantar,
para que nunca la parca
tu amor me pueda robar.
Niña mía, de embelesador mirar,
hoy te traigo serenata,
para que jamás, me dejes de amar,
y mi vida se grata.
El cántico, hilvanado con hilos de suspiros, entraba por la rendija de una puerta especial, y se alojaba en el corazón de la más bella aldeana. Desde esa noche, empezó a llegar a Agua Zarca a sembrar serenatas, mientras las estrellas acurrucadas en el cielo, lo miraban y escuchaban maravilladas. Alternando con la canción, se escuchaba un zapateado.
Cuando respiró el perfume de la aurora que se avecinaba, colgó su guitarra, desató su caballo, y se perdió por la vereda que como culebra se dirige al otro lado…
Los gallos, con sus quiquiriquíes, despertaron a la aldea.
-Váyase a la porra.
-En verdá se lo digo, era El Sombrerón que le trajo serenata a la ishtía esa…
-¿Será usté?
-¡Qué canción tan rechula! Pero para qué…
-¿Para qué?
-Que la canta el mismo cachudo.
-Ah, tiene razón.
-Pobre la güira.
-¿Por qué?
-Porque si no tiene cuidado, se va a colgar de él, y se la va a ganar.
-Es cierto.
-Rechula la ishta.
-Todos le llevan ganas.
-Su pelote tan largo.
-Si se lo cortara, tal vez ya ni la molestaría.
-¡Cómo va a creer!
-¿Qué cosa?
-Que se lo vuele.
El tiempo, como viento, se iba esfumando. Como humo de cigarro de manojo…
Y cada noche, a altas horas, el Sombrerón le llevaba serenata a la bella niña. Sus ojos negros, su cabello largo y oscuro, y su cuerpo de diosa, atraía poderosamente la atención de todos lo hombres. Incluido al cura…
Las serenatas perturbaban hondamente a Lupe, y cada vez más, un sentimiento misterioso se apoderaba de su espíritu.
-No lo conozco, pero lo quiero-, murmuró la tercera noche que lo escuchó cantar.
Algunas ancianas le comentaron que su pretendiente era El Sombrerón, pero no les creyó. No fue, si no hasta la última noche de noviembre que se atrevió a abrir la ventana, y el hombrecito pudo, al fin, entrar en la humilde casucha.
Las serenatas continuaban y los aldeanos se turnaban para velar al hombrecillo, pero en vano fueron los esfuerzos.
Lupe se acurrucaba tras la ventana a esperarlo desde el momento en que la noche iniciaba a invadir las callejuelas.
Cuando los padres de Lupe descubrieron que El Sombrerón la asediaba, se la llevaron inmediatamente a Comalapa, Chiapas, México.
La noche que el duende llegó en busca de su amante y no la encontró, se oyó un canto tan triste, que hasta los árboles se erizaron. Mientras tanto, en Comalapa, Lupe sufría por El Sombrerón y se negaba a tomar alimentos. A pesar de la distancia, el sutil canto y taconeo de su amado, resonaba en su memoria.
Empezó a morir, como agonizan las tardes de noviembre. La noche del 24 de diciembre de 1912, cuando la Revolución Mexicana estaba en efervescencia, la hallaron muerta. El cuerpo exánime fue entregado a los padres. Al día siguiente, el cadáver fue trasladado a la aldea. Cuando la noticia corrió como el viento, la gente, como zancudos, se apostaron a la casa de la difunta. Ese 25 se convirtió hasta entonces en la noche más triste. Cuando el reloj del tiempo marcó las doce de la noche, la gente vio atónita llegar al nefasto personaje. Dio un salto. Amarró su caballo. Tomó su guitarra y derramó su tristeza, cantando:
Niña de Agua Zarca, niña mía,
con tu tristísima partida
se va mi alegría,
y negra, se vuelve mi vida.
Muchos contaban que copiosas lágrimas brotaron de los ojos de Lupe. Aquel llanto desgarrador hizo que las estrellas se apagaran. La aldea completa estaba muy consternada.
Cuentan las voces eternas que colgó su guitarra, montó su caballo, y se perdió en la oscuridad de la noche, y que desde entonces, todos los días lo veían cerca de la tumba, cantando canciones tristísimas.